Esta entrada se publicó originalmente en el País en julio de 2022
Situar el enfoque de género de las políticas públicas en el centro del análisis permite apostar más por la sostenibilidad en lugar de maximizar simplemente el beneficio
Hace casi tres décadas que se inició la revolución digital y empezó a desarrollarse la economía y la sociedad digital. La pandemia de la covid-19 ha acelerado la digitalización de la economía y la vida. Coincidiendo en el tiempo, también han pasado aproximadamente tres décadas desde que la Plataforma de Acción de Pekín estableciera la agenda global para la igualdad de género, con importantes avances pero también retrocesos. Cabe preguntarse si la expansión de la economía digital ha favorecido o ha mermado la consecución de la igualdad de género. Los análisis que se han llevado hasta ahora sobre el vínculo entre la digitalización y la igualdad de género son limitados, pero apuntan a una reproducción, cuando no a una agudización, de las desigualdades de género de la economía digital. Entonces, ¿qué modelo de economía digital se alinearía con la consecución de la igualdad de género? Las aportaciones de la economía feminista podrían apuntar algunas claves al respecto.
La economía feminista engloba un conjunto plural de enfoques al análisis del sistema económico que —en contraste con la teoría económica tradicional— no descuidan sino que ponen en el centro del análisis las condiciones de vida y de sostenibilidad humana y natural. Una primera aportación de la economía feminista es desplazar el análisis y el debate económico de la lógica de maximizar el lucro del capital a la lógica de la sostenibilidad de la vida. Alumbrando un conflicto de insostenibilidad para la vida del funcionamiento del sistema económico capitalista actual, que considera que producir más es siempre mejor y está por encima de las necesidades de la vida o los límites del planeta.
Incorporar en los análisis económicos el análisis de las relaciones de género ha permitido desvelar las visiones androcéntricas de la teoría económica convencional, que toman como referencia universal a los hombres occidentales blancos, y poder avanzar hacia un análisis económico que integre al conjunto de la población considerando la diversidad en la sociedad digital, incluyendo a las mujeres y grupos invisibles para las teorías económicas convencionales.
Asimismo, ese enfoque ha permitido mostrar cómo el sistema capitalista actual se sostiene gracias a las desigualdades. A partir de una concepción del trabajo que solo considera como tal el trabajo mercantilizado productivo, mientras que invisibiliza el trabajo esencial no reproductivo, relegándolo a la esfera privada y adjudicándosela mayoritariamente a las mujeres. En otras palabras, el capitalismo para poder sostenerse se apoya en el sistema heteropatriarcal que subordina a las mujeres.
Además de esta imposición del trabajo reproductivo, las mujeres sufren una desigual condición respecto al trabajo productivo, con una menor participación laboral remunerada, salarios más bajos, mayor precariedad y segregadas a sectores y roles considerados tradicionalmente femeninos. En contraste, la economía feminista propone una concepción y reorganización del trabajo que visibilice todos los tipos de trabajo, y asegure igualdad de condiciones al conjunto de la población.
Visibilizar la reproducción social como elemento imprescindible del sistema económico actual, e incorporarlo a los análisis, desmonta otra de las creencias fundamentales de la teoría económica clásica: fundamentar sus análisis en la figura del homo economicus en tanto que ser autosuficiente, autónomo, independiente e invulnerable, responsable solo de sí mismo y su único interés; perfil cuestionado empíricamente desde múltiples disciplinas, que niega la interdependencia humana, la necesidad de relaciones sociales y cuidados, y la responsabilidad social común, así como la dependencia humana de la naturaleza.
La economía feminista propone el reconocimiento y la responsabilidad social y política para con la ecodependencia, la interdependencia y la condición humana vulnerable, mientras denuncia la actual crisis de atención a los cuidados necesarios para la vida por parte del modelo económico y la escasa responsabilización del Estado. También aporta marcos de análisis de las políticas públicas con enfoques de transversalidad de género. A través de instrumentos como los presupuestos con enfoque de género, donde los cambios en los análisis de datos permiten desmontar la supuesta neutralidad de género de las políticas públicas. Además, ha aportado propuestas para un programa de políticas macroeconómicas a partir de indicadores de actividad económica alternativos, que cuestionan los indicadores clásicos como el PIB o la Encuesta de Población Activa.
A nivel microeconómico, la economía feminista ha incorporado también el análisis con perspectiva de género de modelos de democratización económica, como la tradición de la economía social, apuntando que sin un ejercicio explícito para garantizar la igualdad de género, lo social no asegura la igualdad. En esta línea, la economía feminista apunta al enfoque y metodología interseccional, con los que analizar la interrelación de los diferentes ejes de opresión operantes, como el machismo, la homofobia, el clasismo, el racismo, o el capacitismo.
Estos son algunas de las aportaciones de la economía feminista desde los que analizar la transición a la economía digital y posibles innovaciones transformadoras respecto a la teoría económica tradicional. En marzo de 2023 se celebrará en Barcelona la VIII edición del Congreso de economía feminista, centrado en la esfera digital, hospedado por la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), una buena ocasión para seguir debatiendo y promover una palanca de cambio para una economía digital feminista, alineada con la igualdad de género y el conjunto de los derechos humanos.