Entrada publicada originalmente en CCCBLAB el 7 de junio de 2016
Airbnb, Uber o eBay han popularizado la economía colaborativa, ¿pero dónde queda el cooperativismo? La concentración de la riqueza continúa en las corporaciones.
Casos como Airbnb, Uber o eBay han popularizado el concepto de economía colaborativa, plataformas electrónicas que permiten el intercambio de productos o servicios desafiando el modelo de negocio de las empresas tradicionales. Sin embargo, en muchos casos, su crecimiento va en detrimento de los derechos de su fuerza de trabajo. Este es el punto de partida del libro de Trebor Scholz Cooperativismo de plataforma. Desafiando la economía colaborativa corporativa (Dimmons, 2016). La alternativa que propone es el cooperativismo de plataforma que complementa la base tecnológica de las plataformas digitales con un modelo de organización cooperativo.
El encuentro Platform cooperativism, organizado en 2015 por Trebor Scholz y Nathan Schneider, contribuyó a ampliar el debate en torno a la economía colaborativa, que sintetiza el libro Cooperativismo de plataforma. Desafiando la economía colaborativa corporativa de Trebor Scholz. Para este, la economía colaborativa corporativa es un fenómeno que aprovecha la situación creada tras la crisis de 2008, no para repensar el sistema económico hacia uno más justo y estable, sino como estrategia para desmantelar las condiciones del trabajo. La solución pasaría por retomar la tradición cooperativista como alternativa a la economía colaborativa corporativa. Según Scholz, «El movimiento cooperativo tiene que llegar a un acuerdo con las tecnologías del siglo XXI».
Economía colaborativa corporativa
Una de las características de la producción colaborativa es su versatilidad, la cantidad de sectores y áreas de actividad donde han emergido modalidades de consumo y producción entre pares, iniciativas de desarrollo colaborativo entre comunidades apoyadas por plataformas digitales. El mapa de la producción colaborativa del proyecto P2Pvalue apunta hacia al menos 33 áreas de actividad, y hace referencia a 1.300 casos presentes en Cataluña. Otra característica de la producción colaborativa es su ambivalencia: puede tomar forma de economía social y hacer escalar modalidades cooperativas, o surgir del más feroz corporativismo de corte capitalista.
Scholz comienza analizando la vertiente corporativa a partir de los casos de Uber y Amazon Mechanical Turk (marketplace de microtrabajos), destacando una clara coincidencia entre ambos: las terribles condiciones de trabajo. Corporaciones que tienen a su disposición ingentes bolsas de «trabajadores y trabajadoras» para la asignación de la demanda, pero a quienes no considera como tales. Son «no-trabajadores» o trabajadores autónomos e independientes, algo que permite a dichas corporaciones externalizar los medios de trabajo (como, por ejemplo, el uso del coche propio), así como las cargas sociales y el riesgo, por lo cual no tienen que contribuir al sistema de asistencia médica, ni al seguro de desempleo, ni al seguro contra accidentes ni a pagos de Seguridad Social. Scholz presenta la economía colaborativa corporativa como la economía «sin salario mínimo, horas extraordinarias y protecciones que existían a través de las leyes contra la discriminación en el empleo».
También hace referencia a los efectos desiguales en términos de clase: «A la sombra de una mayor comodidad en el acceso a ciertos servicios por parte de una parte de la población, tiene por contrapartida importantes costes sociales para la clase trabajadora, sobre todo la menos cualificada». Y plantea, citando a Juliet Schor, que el acceso al trabajo de forma esporádica de bajo nivel, como conducir un taxi de manera eventual como vía para llegar a fin de mes por parte de la clase media educada, tiene como contrapartida desplazar de esas ocupaciones ‒y de una fuente de trabajo estable‒ a trabajadores y trabajadoras de baja cualificación.
El impacto de la economía colaborativa corporativa en términos de marco regulatorio no sería mucho mejor. La ilegalidad con que en cierta medida operan las corporaciones no debe considerarse como un error o algo que se resolverá con el tiempo, sino como un método o una estrategia de creación y consolidación de mercado. Además, estas corporaciones gastan muchos millones en grupos de presión sobre las instituciones públicas para que realicen cambios regulatorios mínimos o a su favor. Y es que, para Scholz, la economía colaborativa corporativa «no es simplemente una continuación del capitalismo predigital tal y como lo conocemos, hay notables discontinuidades, un nuevo nivel de explotación y una mayor concentración de la riqueza».
Cooperativismo de plataforma
«A Silicon Valley le gustan las disrupciones, pues vamos a darle una», dice Scholz, para quien la vía de salida es el cooperativismo de plataforma para dejar de depender «de las infraestructuras digitales que están diseñadas para extraer provecho para un número muy reducido de propietarios de plataformas y accionistas». Y añade: «Un Internet de la gente es posible».
El autor caracteriza su enfoque del cooperativismo de plataforma a partir de tres elementos clave: el diseño tecnológico de Uber, Task Rabbit, Airbnb o UpWork; el modelo de propiedad más democrático, al tratarse de plataformas gestionadas y propiedad de sindicatos, ciudades o diversas formas de cooperativas, y una modalidad de actividad económica que beneficie a muchos, favorezca la reducción de desigualdades y la distribución de beneficios en la sociedad. Scholz distingue la siguiente tipología de cooperativas de plataforma ya en funcionamiento:
- Plataformas de intermediación laboral (como Loconomics, cooperativa de freelancers).
- Mercados de compraventa en línea de propiedad cooperativa (como Fairmondo).
- Plataformas de propiedad municipal (como MinuBnB o AllBnb, alternativas a Airbnb para nichos específicos de mercado).
- Cooperativas de comunidades de «prosumers»que generan y acceden a contenidos en plataformas compartidas (como Stocksy, cooperativa de archivos fotográficos propiedad de artistas).
- Plataformas de trabajo respaldadas por sindicatos (entre ellas nombra varios casos ligados a servicios de taxi).
Y dos modalidades aún en ciernes serían:
- Plataformas desde dentro, vías de organización y solidaridad entre usuarios y usuarias de plataformas corporativas.
- Plataformas como protocolos, modalidades de solidaridad descentralizadas a través de compartir protocolos entre iguales.
La lectura que Scholz propone del cooperativismo de plataforma no se restringe únicamente al cooperativismo como forma de empresa, sino que, en ocasiones, va más allá. Apunta a diez principios para el cooperativismo de plataforma: la propiedad colectiva de la plataforma; el pago decente y la seguridad de renta; la transparencia y portabilidad de los datos; la apreciación y el reconocimiento del valor generado; las decisiones colectivas en el trabajo; un marco legal protector; la protección transferible de los trabajadores y la cobertura de las prestaciones sociales; la protección frente a las conductas arbitrarias en el sistema de rating; el rechazo a la excesiva vigilancia en el lugar de trabajo, y, por último, el derecho de los trabajadores a desconectar. Finalmente, el autor hace hincapié en la necesidad no solo de plataformas bajo estos principios, sino también de un ecosistema cooperativo en torno a las mismas.
Desigualdades, ¿solo de clase?
Scholz destaca las desigualdades de clase, ingresos y formación, pero, en su denuncia y caracterización de la alternativa a la economía colaborativa corporativa, no están presentes la resolución de otras fuentes de discriminación y desigualdad. Posiblemente uno de los puntos más débiles del trabajo, aunque habitual en la reflexión en torno a la economía colaborativa o al enfoque económico hegemónico, es la muy limitada perspectiva de género. El vínculo y la dependencia de la economía colaborativa respecto a la economía doméstica y de las curas o la lectura feminista del fenómeno son escasos. Asimismo, las referencias a autores varones son predominantes, con notorias ausencias de autoras centrales en la materia como Elinor Ostrom, en referencia al procomún, o Tiziana Terranova, en relación con el «trabajo gratis». También llama la atención la poca presencia de otras fuentes de discriminación y desigualdad, como el origen, la falta de sensibilidad medioambiental o las conexiones de la economía colaborativa corporativa con la economía circular.
Economía colaborativa: cooperativista vs. procomún
La tradición procomún no es una respuesta a la economía colaborativa corporativa, sino que la precede e inspira. El procomún digital como modalidad de producción colaborativa entre iguales, apoyada por plataformas digitales de propiedad y gestión colectiva, que generan recursos generalmente de acceso abierto y/o públicos, es anterior, tal y como demuestran casos como las comunidades de software libre o Wikipedia, Guifi.net o Goteo.org. Un procomún digital que ha visto cómo se han ido sucediendo varias olas de innovación capitalista: desde la «Web 2.0» con casos como YouTube y Facebook como reacción a la crisis de las «punto com» el año 2000 hasta la economía colaborativa con exponentes como Uber y Airbnb, como reacción a la crisis del 2008. Ha adoptado el discurso y la modalidad de producción colaborativa apoyada por plataformas digitales, pero desentendiéndose de la tecnología libre y transparente, del papel de la comunidad de creadores en la gobernanza del proceso, de la propiedad colectiva del conocimiento y de la distribución del valor generado entre quienes contribuyen a crearlo.
La tradición del procomún digital ha planteado el reto de la sostenibilidad individual de los contribuidores y contribuidoras al bien común, poniendo precisamente en práctica y diseñando posibles modelos, tal y como lo sistematizó Philip Agrain en su libro Sharing (2011). En el procomún existe una tensión entre la voluntad de mantener el carácter mayoritariamente no mercantil de la actividad, visibilizando otras fuentes de valor más allá del monetario, y la necesidad de garantizar ingresos a las personas que contribuyen.
La estrategia de creación de cooperativas como alternativa también ha estado presente, siendo frecuente en el mundo del software libre. En el procomún digital, no obstante, son más comunes las fundaciones como formas de organización y estructura institucional. También se ha apuntado a la necesidad de crear sujetos jurídicos que se ajusten mejor a la producción en red de comunidades con formas de pertenencia muy variadas, y que tienden a generar una lógica de «ley de potencias» (donde el 1% suele generar gran parte del contenido, mientras que un 9% contribuye esporádicamente, y un 90% participa pasivamente como «audiencia»). Otro de los retos del procomún digital es avanzar hacia la descentralización, para la que las formas de pertenencia del cooperativismo «tradicional» no parecen ajustarse bien.
El enfoque de Scholz se centra en la condición laboral de las personas que contribuyen y en la creación de cooperativas como vía para garantizar la propiedad. Sin duda, temas centrales que dejan en segundo plano aspectos importantes del procomún digital. Por una parte, el conocimiento abierto, el conocimiento como bien común, la dimensión propública de la producción colaborativa, a partir del uso de licencias de los recursos (como las Creative Commons) que garantizan el acceso. Y, por otra parte, la tecnología libre –plataformas basadas en software libre– como vía de control colectivo de los medios de producción en un entorno digital.
La mejor perspectiva para leer a Scholz es desde la pregunta de cómo integrar los aspectos en los que ha sabido llamar la atención –el cooperativismo como vía para asegurar una gobernanza democrática de la actividad económica y unas condiciones de creación colaborativa que respeten derechos básicos–, con las virtudes de otros procesos, sea el procomún digital –con la importancia del enfoque procomún y propúblico, y de la infraestructura libre–, la economía feminista o la circular. Para el desarrollo de una nueva economía social, procomún, feminista y ecológica.